La idea fundamental y lo que hay que tener
claro desde el principio es que los niños responden más y mejor a los refuerzos
positivos que a los castigos y reprimendas.
Partiendo
de ahí, es lógico pensar que a mayor número de elogios, mayor concepto de sí
mismo tendrá el niño, ya que será consciente de todas las cosas que hace bien,
que son muchas y le dará pié a intentar mejorar y aprender siempre más y mejor.
Esto potencia una buena autoestima.
Excederse
en cuanto a las críticas y rechazos fomenta una idea de sí mismo pobre y con un
alto grado de equivocaciones y descontentos en todo lo que hace, lo que
empobrece también la autoestima del menor.
Tratar y hablar a los hijos con respeto, no
sólo fomenta la adquisición de esta cualidad hacia los demás, sino que también
favorece el respeto hacia sí mismos y sus decisiones y actuaciones en el curso
de su desarrollo.
Debemos saber que nadie es perfecto, ni
siquiera nuestros hijos, por más empeño que pongamos en ello, sí que no debemos
exigir que los hijos sean perfectos en todo. Hay que hacerles entender que
podrán hacer y aprender todo aquello que se propongan, pero si algo se tuerce y
no sale bien, no es malo equivocarse, sino todo lo contrario, de los errores se
aprende y ello nos hará más fuertes. Los padres aceptarán a sus hijos tal y
como son y ante los fallos, siempre hay que valorar el esfuerzo y el empeño
puesto en lo que se hizo. Se desarrollará así una imagen positiva de sí mismos
ya que se sentirán apoyados y aceptados al cien por cien por sus progenitores.
Hay que hacerles saber a los hijos que sus
preguntas y opiniones son muy válidas e importantes, no tratarlos como si no
importaran, sin prestarles la atención debida, o mostrar sentimientos de
aburrimiento ante lo que dicen o hacen. Pensarán de esta manera que no son
importantes y si para los padres no es importante lo que sus hijos les cuentan,
¿para quién lo será?
Hay que estimular a los niños a ser cada
vez más autónomos, tanto en sus decisiones como en sus actos. La autonomía, el
hacer cosas solos, fomenta el que se sientan capaces en muchas facetas de sus
vidas. No hay que hacérselo todo, con la excusa de que no la hace bien, todavía
no sabe, me hace todo un desastre cuando me ayuda, esto a la larga es una
posición cómoda que toman los padres, ya que es más rápido hacerles tú las
cosas que enseñarles cómo hay que hacerlas y guiarles al principio en el
proceso. A veces es también por una actitud sobreprotectora de los padres hacia
los hijos, ya que no creen que sus hijos sean capaces muchas veces de realizar
actividades solos. Las harán si desde pequeños se fomenta esa actitud y esto
promoverá la idea en ellos de que no hay nada que no puedan hacer si se lo
proponen y el esfuerzo se verá recompensado sólo con el hecho de haber podido
realizarlo.
Con
el tiempo se pueden ir dando al niño pequeñas responsabilidades, con las que se
sentirá importante y verá que sus padres confían en el para la realización de
pequeñas tareas en casa, por ejemplo. El sentirse de ayuda es también muy
importante.
No hay que protegerles demasiado ante algo
en lo que sabemos que va a fallar o se va a desilusionar. La frustración y el
fracaso, forman parte del aprendizaje de la vida, hay que estar preparados para
animarles en determinados momentos y ser un reflejo positivo para ellos, no
alejarles de aquellas cosas o situaciones que creemos que no van a saber
manejar por sí mismos.
No
hay que tomar tan a pecho las cosas y hay que saberles explicar que en
determinadas ocasiones hay cosas en las que fracasamos, pero que no es por su
culpa, ni son peores personas por ello.
Hay que fomentar los intereses y
habilidades de los hijos, apoyarles en la participación de actividades que son
de su interés y en las que puedan sobresalir. Esto fomentará su autoestima.
En definitiva, debemos elogiarle siempre ante conductas positivas, situaciones que
le requieran esfuerzo, siempre que haga algo bien, siempre que demuestre
interés y ganas en las cosas que hace.
No debemos exigirles más de
lo que pueden llevar a
cabo, ni someterles a actividades que les disgusten solo por el mero hecho de
que creamos que es lo mejor para ellos.
Hay
que promover hábitos de autonomía y
responsabilidad, dejarles decidir y hacer por sí mismos.
Hay
que evitar corregirles delante de otras
personas, sobre todo si se trata de extraños. En privado les explicaremos
qué han hecho mal, por qué y cómo enfrentarse a esa situación la próxima vez.
No hay que culpar todo el
rato a los hijos por lo
que han hecho mal, es suficiente con mostrarles donde se han equivocado, sin
echar en cara nada y animarles cómo hacerlo bien en otra ocasión.
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